Poeta de lunas interurbanas, y filósofo de la noche, los sonetos de Sabina vienen sonando por las cunetas de la vida desde que Adán mordió la manzana, imagino al poeta enroscado en el árbol nº siete del Edén, entre la intersección del paraíso y la Calle melancolía. Componiendo y mudando su piel de serpiente, que es canción, para hacer ver al primer hombre que Eva, su manzana, es el deseo de vivir, el pecado más maravilloso de la vida. Que todo lo demás son manzanas podridas, sofismas populistas de la represión, que en el cuerpo a cuerpo no hay otro Dios que Cupido. Que para Adán hay besos, cebolla y pan, y que para la pluma de una víbora llamada Sabina, Adán canta en la calle Preciados y Eva vende en un supermercado las manzanas del pecado original.
Porque dicen de Úbeda que es Atenas, de Sabina que es Epicuro con afonía, un loco por Machado, Buñuel y Dylan. Aquel que como Camarón se escapó con Chispa, pero que en Granada descubrió en Lesley a César Vallejo y Neruda. Del amor a la poesía y de ahí a la canción, a la guitarra y al seductor bolero, armamento pesado de un por entonces Don Juan que era una ruina. Y en Edimburgo, París y Madrid, aprendió a jugar a la ruleta rusa de la vida, porque Tolito no es una balada sino él, siempre de tren en tren, de noche en noche hasta quinientas, por tan solo diecinueve días. Su mayor filosofía, retorcerle el cuello a las penas y buscar en el culo de una botella la fórmula de la alegría. No en vano como canta Joaquín en mayor o menor medida a todos y cada uno de nosotros nos robaran el mes de abril y sacaremos de nuestro traje gris un sucio calendario de bolsillo en cuyos borrosos días descubriremos que la felicidad no es premio de la virtud, sino la virtud misma.
A Sabina lo encontramos en el paraíso transfigurado en serpiente con su pluma de tinta venenosa, pero hemos de ir a buscarle al infierno donde es ángel caído que disfruta del placer de ver cómo el pebetero de la vida hace arder sus poemas. Desde lo más hondo del infierno, como Dante, resurge el genio de Úbeda para ver las estrellas y Por el boulevard de los sueños rotos le canta a Chavela. Y sin embargo a Joaquín que es un mujeriego sin más religión que el cuerpo de una mujer, le envenenan los besos que va dando. Como canta el poeta canalla, el pirata cojo, el de la pata de palo, el Francis Drake con guitarra, el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren.
Desde una posición epicúrea de vivir la vida, Sabina y su carpe diem horaciano le levanta la falda a la Luna, mientras canta que es Peor para el sol, que se recoge a las siete para roncar en el mar, que es su cuna. Y enmarañado en una sucesión de versos y estrofas, uno de los Peces de ciudad se rebela con corazón viajero para desafiar al oleaje y escapar de la rutina. Como todo cantautor le cantó al desamor, con voz rota, arrugada, pero poderosa como la de Don Paco Rabal, con sello sabiniano. Pues es para muchos Sabina una enfermedad incurable y Nos sobran los motivos para seguir enfermando. Enfermando por Princesas que nos rechazaron y que ahora no encuentran otros perros que les ladren. Por el universo Sabina, por diecisiete discos de estudio, cinco en directo y tres recopilatorios desde que la poesía se instaló en su corazón, se hizo canción.
Porque no hay mejor pintor que Sabina, capaz de ponerse el traje de luces para De purísima y oro, hacernos el más fidedigno e ingenioso retrato de la posguerra española. Grandiosa canción, el libro más corto y completo de la historia de una época. Sangre y miseria, a flor de piel, típicos y tópicos de la década de los cuarenta, cuando por ventas madrugaba el pelotón bajo el hilo conductor de Manolete.
No hay mayor canalla que Sabina, que al piano del amanecer se sintió inexplicablemente colchonero, no hay mayor cicuta que su voz, pues como buen filósofo siempre usó con destreza el pensamiento y la palabra, el veneno de los antiguos griegos. Y no hubo mayor búsqueda que la de Sabina, trovador de hermosas tristezas, que transfigurado en serpiente, enroscado en el árbol nº siete de la Calle Melancolía, nos tentó a probar la piel de la manzana prohibida.