Un halo de controversia rodea todo lo concerniente al perfil biográfico de este cineasta de altura, pues el mito se difumina entre la realidad y la ficción cuando se aborda en profundidad la construcción cronológica vital de Clint Eastwood, que ateniendo a la lógica humana no es concebible sin su cuota humana de sombras y debilidad. De lo que no cabe la menor duda es que especialmente en el caso de Eastwood, que por razones obvias de personalidad propia y escénica no es precisamente un personaje de tonos grises, el actor californiano es uno de los referentes del séptimo arte para varias generaciones, desde hace ya más de cuatro décadas. Como cada uno de los grandes del cine Eastwood posee zonas oscuras en su tránsito vital, por ello arañando en lo más profundo del personaje, nos topamos con divergencias tan marcadas como la biografía escrita por Patrick McGilligan y denunciada por el propio actor. En ella se desmitifica en gran medida al héroe y se cuestionan rasgos de su personalidad, pero no se consigue solapar la grandeza de su legado cinematográfico, de lo que es y fue Eastwood para el cine en realidad. Sus biógrafos oficiales se preocuparon mucho de crear una imagen perfecta, una infancia y juventud heroica pintada en la mayoría de sus biografías, pero existen puntos de discordancia e irrealidad, que ponen en cuestión la imagen edulcorada de heroicidad que nos ha llegado del actor californiano.
No en vano sus biografías autorizadas nos dibujan a un idealizado Clinton junior, un joven nacido en San Francisco, California, el 31 de mayo de 1930, cuando la Gran Depresión azotaba a la sociedad norteamericana, y sus padres Kimber y Frances Ruth tuvieron que luchar denodadamente para encontrar la estabilidad económica. Algo que consiguieron en Oakland, donde su padre, trabajaba en una empresa acerera y su madre se ocupaba de cuidar a Clint y a su hermana menor Jean. Se nos muestra a un Eastwood hijo de la crisis, con unas calificaciones sobresalientes cuando existen informaciones que apuntan a todo lo contrario. Se retrata a un buscavidas que trabajó como pianista, leñador, obrero del metal, bombero o albañil. Cuya atracción por la música, especialmente por el jazz y el blues la heredó de su madre, que en definitiva supo salir de una complicada situación. Pero según McGilligan, los Eastwood sobrevivieron con facilidades a la Gran Depresión, vivieron en Piedmont -zona bien de San Francisco- y no en Oakland. Era mal estudiante y su amor por el cine le llegó por casualidad y no por una vocación natural por la gran pantalla. La desmitificación del hombre se produce de una forma inversamente proporcional a su mitificación como cineasta.
Cierto es que su juventud transcurrió entre trabajos de supervivencia, cambios de instituto y una escasa y breve formación. E igualmente cierto parece que Eastwood siempre tuvo " olfato e intuición " para fabricarse una reputación y vendernos el sueño americano, por lo que la edulcoración y el adorno de su biografía autorizada forma parte del Universo Eastwood, genio californiano cuyo talento y capacidad para el cine es absolutamente innegable. Y es en ese punto de diferenciación donde se sustenta su grandiosa leyenda, pues en referencia a su vida personal poco o nada podrá poner en duda su brillante trayectoria profesional.
Mientras prestaba el servicio militar como instructor de natación en Fort Ord, (circunstancia que le sirvió para librarse de marchar a Corea), conoció a David Janssen y Martin Milner, que le despertaron la curiosidad por la interpretación. Empezó las clases de arte dramático y consiguió un contrato con Universal de 76 dólares semanales gracias a que Arthur Lubin se fijó en él.
Con un imponente físico (medía 1,99m) no tardó en encontrar hueco haciendo papeles secundarios, era 1955. Su primer papel fue una breve actuación como asistente de laboratorio en la película Revenge of the Creature. Entre sus primeras películas figuran títulos como Francis in the navy (1955) de Arthur Lubin, Lady Godiva (1955), también de Lubin, Tarántula (1955) de Jack Arnold o The first traveling saleslady (1956), otra comedia de Arthur Lubin. Clint pasó prácticamente desapercibido hasta 1959, cuando la serie de televisión: Rawhide, le abrió las puertas a la popularidad. La serie del Oeste en la que encarnaba el personaje de Rowdy Yates, permaneció en pantalla durante siete años.
En 1964 se produjo un punto de inflexión en su carrera, Richard Harrison y James Coburn rechazaron el papel protagonista de Por un puñado de dólares, de Sergio Leone. Cuentan que Eastwood jamás contó como opción seria para Leone, pero aquel espigado tipo acabó haciéndose con un papel que cambió para siempre su carrera y para el que incluso tuvo que comprarse el mítico poncho que le elevó al estrellato. El despegue fue brutal, Leone había encontrado en Clint Eastwood la formula e imagen perfecta para los spaghetti westerns. El hombre sin nombre se encarnó definitivamente en su figura, nadie como él ha interpretado a un pistolero a sueldo al que solo le importan el peso de los dólares. El californiano protagonizó la Trilogía de los dólares, formada por Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, rodadas por Leone en Almería y en las que su imagen de duro acabaron por configurar su mítica personalidad escénica. Barbado, con un cigarro y enfundado en un poncho, una estrella acababa de nacer para el cine, Leone marcó diferencias con Eastwood, que cambio el estereotipo del héroe por un antihéroe moralmente ambiguo, inventó el euro-western e hizo historia.
Sus ingresos se multiplicaron exponencialmente, protagonizó el western revisionista americano Hang 'Em High (Cometieron dos errores, 1968) y con un buen colchón económico respaldando su carrera fundó, con ayuda de su contable y asesor Irving Leonard, su propia compañía de producción, Malpaso Productions, llamada así por el Malpaso Creek que hay en la propiedad que Eastwood tiene en el condado de Monterrey, California. Poco antes del rodaje de Cometieron dos errores, entabló relación profesional con Don Siegel para rodar La jungla humana, sobre un sheriff de Arizona que intenta capturar a un criminal psicópata (Don Stroud) por las calles de Nueva York. De la citada vinculación profesional se produjo una fructífera sociedad cinematográfica de la que surgió uno de los personajes icónicos de su carrera.
La personalidad tremenda de Eastwood, se consagra con el ‘Universo Callahan’, papel con el que termina por despegar en Hollywood, pues es digno de estudio social y político lo sucedido con el implacable Harry Callahan. Un controvertido personaje acostumbrado a combatir violencia con violencia, cuyas frases ¿No crees que debieras pensar que eres afortunado?» o «Vamos, alégrame el día», son repetidas a día de hoy por sus incondicionales fans. Harry Callahan, al que la crítica estadounidense comenzó viendo con rasgos claramente fascistas, acabó convirtiéndose en personaje preferido de una sociedad que discurría por caminos similares a los de aquel implacable inspector de policía al que las balas jamás le rozaban. En el Universo Callahan subyace la sensación de impotencia y culpabilidad de todo un pueblo, pue en esas mismas calles de América, cuyos cines se llenaban para ver en acción la Magnum 44 de Harry, se cuestionaba a la policía, por arbitraria y brutal. No en vano la voz más influyente y autorizada de la crítica estadounidense del momento, Pauline Kael, describió la película desde las páginas de 'The New Yorker' como «un decidido ataque contra los valores democráticos».
Siendo esto una verdad crítica difícilmente rebatible, Callahan acabó convirtiéndose en uno de aquellos míticos personajes del cine norteamericano, en el primer personaje arquetípico del cine de acción, y Clint Eastwood en una personificación de EE UU, pero no siempre de sus mejores cualidades, pues con la saga se produjo un aumento sin precedentes de la venta de pistolas como la Magnum 44 y la Smith & Wesson Modelo 29. Es como dije el ‘Universo Callahan’ y todo lo que conllevó Harry el sucio de Don Siegel, 1971; Harry el fuerte de Ted Post, 1973; y Harry el ejecutor de James Fargo, 1976.
Eastwood lo aprendió prácticamente todo con Sergio Leone y Don Siegel. Leone solía decir sobre él que le bastaban dos gestos para construir un personaje, no necesitaba hablar para cautivar e intimidar a la cámara. Es un personaje absolutamente reconocible, al que podríamos describir con los ojos cerrados, por su rostro surcan rasgos de dureza por los que se escapan tenues chispazos de bondad y un resultado definitivo de devastación con el que se define a sí mismo. Si tuviera que quedarme con sus mejores interpretaciones recordaría sin dudarlo a Harry Callahan haciendo una desafiante disertación sobre las balas que le quedan en la recámara; también a Frank Lee Morris, su última colaboración con Don Siegel en la que encarna a la única persona que logró fugarse de Alcatraz (Fuga de Alcatraz, 1979). Esas conversaciones con el alcaide que nunca olvidaremos. Sería imperdonable (Sin Perdón) no recordar a William Munny, un hombre acabado justo en la decadencia de un western crepuscular que se convirtió en obra maestra del género gracias en gran parte a Eastwood y los conocimientos acumulados durante su carrera. No olvidaría a Frank Horrigan (En la línea de fuego) agente del servicio secreto que estaba en Dallas el 22 de noviembre de 1963, y que 30 años después tiene la oportunidad de redimir su sentimiento de culpa como Eastwood, otro tipo duro y un gran amante del jazz. Mucho menos a Robert Kincaid, la famosa secuencia de la lluvia, en la que el tempo, la planificación y el gusto por el detalle alcanzan su máxima expresión. Qué podríamos decir sobre FranKie Dunn, ese veterano y estricto entrenador de boxeo que tras su dura fachada guarda un corazón deshaciéndose. Y por una rendija del recuerdo se nos cuela el sargento Tom Highway de (El sargento de hierro, 1986), estableciendo paradójicos trazos de debilidad con el inolvidable Walt Kowalski de Gran Torino. Precisamente en Gran Torino (2008) se producen las convergencias de todos sus rostros, es quizás un brillante final de trayecto, de ese viaje del héroe hacia el antihéroe y viceversa.
Con 44 películas como actor y 22 como director, Eastwood es en sí mismo su obra maestra podría destacar películas como Fuera de la ley, El aventurero de medianoche, Bird, Un mundo perfecto, Los puentes de madison, esta última una obra maestra atemporal, con momentos tan poderosos como la famosa secuencia de la lluvia, probablemente uno de los instantes más emotivos de la historia del cine. Eastwood es mucho Eastwood, fue capaz de retomar en Sin Perdón, (1992) el western desde el lugar en el cual los viejos maestros lo habían dejado, llevándolo del crepúsculo, al sacrificio del personaje. Con mano maestra Eastwood relata el último descenso a los infiernos de un hombre quizás cansado, lejanos ya sus mejores años, pero que conserva todavía un instinto primario y brutal que le permite sobrevivir en un mundo implacable.
Como director heredó la forma de rodar de Siegel en las escenas de acción. Desde Mystic River (2003) el Eastwood más genial se muestra imbuyéndose por completo en una narrativa social que dio como fruto brillantes trabajos como la ya mencionada Mystic River, Million Dollar Baby (2004), Cartas desde Iwo Jima (2006), Changeling (El intercambio, 2008), Invictus, 2009.
Jamás fue un personaje políticamente correcto, simpatizante del Partido Republicano desde joven, sus idas y venidas ideológicas fueron constantes. Arrimándose en la mayoría de las ocasiones al sol que más calienta, fue durante un tiempo el alcalde de Carmel, la ciudad donde vive habitualmente. Pero no es mi objetivo enjuiciar al Eastwood persona o político, sino a ese genial actor, productor y director, al que sus mayores detractores como Pauline Kael acabaron entregándose. La devastadora genialidad de un californiano de interminable altitud, parca y congeladora mirada, un actor sencillamente excepcional y un director que en su madurez supo encontrar la verdadera medida del buen cine.
Cuando se marchó Constantino Romero, todos pensamos por un instante que una parte de Clint se había marchado con su ronca, profunda y grandiosa voz, pero sus personajes son inmarchitables. Aquel día se nos vinieron a la cabeza todos los individuos marginales e incomprendidos del Universo Eastwood, su hosco individualismo con el que se disfrazaron de antihéroes para alcanzar por todos los medios su objetivo, que no era otro que la heroicidad. La codificación de un personaje que muere y renace incesantemente, extremadamente inteligente, extremadamente amargo, extremadamente cínico y extremadamente solitario. Justo los rasgos del hombre sin nombre y Harry el sucio… Clint Eastwood, simplemente devastador
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