Ella, bilbaína de 74 años. Él, riojano de 46. A priori estas descripciones podrían corresponder a cualquier persona de a pie. Sin embargo, son palabras que juntas definen a grandes rasgos dos de nuestros actores más queridos. Dos figuras que cruzaron, por paradojas del azar, sus caminos la noche del 9 de febrero. Terele Pávez y Javier Cámara eran los eternos nominados del cine español, aquellos que siempre figuraban entre las quinielas de favoritos para más tarde terminar presenciando como otros levantaban el premio. La vigésimo octava edición de los Premios Goya ha roto su maldición. Por fin han podido cumplir su sueño y abrazar el cabezón de Goya. Un galardón que se les ha resistido más de la cuenta. 

Terele Pávez es la secundaria perfecta. Divertida, histriónica, pasional y con un punto salvaje que su director fetiche, Álex de la Iglesia, ha sido capaz de moldear mejor que nadie en cintas como La comunidad, Balada triste de trompeta o Las brujas de Zugarramurdi. Más de seis décadas vitales dedicadas en cuerpo y alma a esa adicción llamada interpretación.
 
Su bautismo cinematográfico llegaría de la mano de Luis García Berlanga y Novio a la vista (1953). Más tarde, títulos como Fortunata y Jacinta (1970) o Tatuaje (1976) perfilaron su talento para más tarde brillar con luz propia en Los santos inocentes (1984). Tan solo tres años después, Pávez lograría la primera mención de la Academia como actriz de reparto por Laura, del cielo llega la noche. Al año siguiente volvería a desfilar por la alfombra roja como candidata por Diario de invierno. 
 
A principios de los años 90, comenzaría a forjarse una de las relaciones profesionales y de amistad más fructíferas de nuestra filmografía. El día de la bestia (1995) le pondría por primera vez delante de la cámara de Álex de la Iglesia. Con él firmaría La comunidad, Balada triste de trompeta y Las brujas de Zugarramurdi, las otra tres cintas por las que precisamente ha repetido nominación al Goya. Con la última, por fin ha visto materializarse el sueño de toda una vida: levantar su primer Goya. 
 
Javier Cámara, a la sexta va la vencida
 
Javier Cámara sabe mejor que nadie lo que pesa llevar la etiqueta de "eterno nominado". La primera vez que su nombre figuraba entre los candidatos de la Academia fue en 1998 con Torrente, el brazo tonto de la ley, como mejor actor revelación. Aunque no se llevó el premio, pronto Cámara empezaría a adquirir presencia entre las producciones más destacas de aquellos años. 2003. Pedro Almodóvar y Hable con ella le acercaron más que nunca a la estatuilla, aunque nuevamente no lo suficiente. Tan solo un año después volvería a intentarlo sin éxito con Torremolinos 73.
 
La vida secreta de las palabras, en 2005, estrenaba su  palmarés de nominado en él apartado de actor de reparto. En 2008 conquistaba su cuarta candidatura, la tercera como actor protagonista, por Fuera de Carta. Y llegó 2013, año en el que desembarcaría en las carteleras dos títulos contraopuestos pero que dibujaban nuevas aristas de su calidad escénica: Ayer no termina nunca,de Isabel Coixet y Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba. 
 
Drama versus comedia. Ganó la comedia y con ella llegó a sus manos el primer Goya de su carrera. "Tengo que pararme porque he soñado con este momento varias veces", añadió nada más acariciar un cabezón que se le había escapado en cinco ocasiones. A la sexta va la vencida.