Estaba nerviosa. Pedro Castrortega y yo habíamos quedado justo el día antes de que se cumpliera el nonagésimo aniversario del nacimiento de Tàpies, principal influencia del artista. A las doce y media post merídiem en una callecita de las que recorren el Barrio de Salamanca de Madrid. En su taller. Me recibió con manchas de pintura blanca en la cara y una sonrisa en los labios. Era un pequeño pasillo, acompañado de una moto clásica y preciosa a la izquierda y un par de tórculos a la derecha. La estancia se abría en un espacio lo suficientemente ancho para mover cuadros de 2x2 m sin problema. El techo, abierto a la luz. Música instrumental en el ambiente. Cuadros, grabados, dibujos, esculturas y manchas de pintura por todas partes. Me ofreció un té. Yo sólo quería alimentarme de todo aquello que estaba viendo. Tras una charla que me cercioró que, además de gran artista, era aún mejor persona, comenzamos la entrevista.

Pregunta: ¿Qué le lleva a salir de Ciudad Real y cuál es el origen de la motivación que le lleva a meterse en el mundo artístico?

Respuesta: La verdad no lo sé, porque es extraño cuando vienes de una familia campesina y más en una zona en donde el arte y la cultura están muy lejanos. Lo que si te puedo contar es que recuerdo de muy pequeño, en Piedrabuena, que yo veía un avión (que se veían poquísimos, pero de vez en cuando se veía alguno), y a mí se me caían las lágrimas de emoción. Y decía «Ah, ese avión irá a América o a China, dónde irá ese avión»y yo sentía emoción porque quería ir en ese avión. Y mi padre, un día le dijo a mi madre «el niño tiene miedo de los aviones, cada vez que ve uno llora». Yo lo que quería era irme, salir. Eso, sumado a que mi juguete favorito era un palo para dibujar en los caminos y el barro siempre estaba en mis manos para hacer muñequitos…En fin, siempre una necesidad para hacer objetos y crear cosas, me parece una especie de fortuna, pero no entiendo de dónde puede venir. Me parece que puede ser una parte sensible propia que no tiene continuidad de algo anterior.

De muy pequeño, veía un avión y a mí se me caían las lágrimas de emoción porque quería ir en él.

P: Siguiendo con sus inicios, cuando llega a Madrid a la Facultad de Bellas Artes de la Complutense, ¿qué puertas le abre la ciudad?

R: Llegar a Madrid fue complicado porque en principio económicamente era complicado subsistir y más en una carrera que es cara. Los tres primeros años fueron los más difíciles porque tuve que hacer de todo para poder pagar el alquiler y poder estar en la facultad. Hasta que un día me presenté en un concurso de pintura de Torralba de Calatrava (Ciudad Real) y ese fue mi despegue, ya que era el primer premio que conseguía a nivel nacional, nunca lo olvidaré porque eran 50 mil pesetas (con lo que podías vivir cinco meses, más o menos) y esa noche estaba absolutamente feliz, ya que además era un premio de un pueblo de mi tierra. Y me juré no volver a trabajar nunca más en otra cosa. Esa misma mañana llamé a La Moraleja, donde estaba trabajando en unos jardines, y dije que no iba a seguir. Y desde entonces no he vuelto a trabajar en otra cosa que no fuera esto. Además, en el jurado estaba Juan Manuel Bonet, un joven crítico por aquel entonces, que luego ha tenido una gran carrera y ha dirigido el Reina Sofía.

Me juré no volver a trabajar nunca más en otra cosa.

P: Se dedica a la pintura, a la escultura, al grabado, al dibujo¿Por qué abarcar todas las ramas?

R: Por inquietud lo primero y por cierta facilidad que tengo. Me cuesta la preparación y el esfuerzo normal, pero al final consigo adaptarme a muchas materias de trabajo. Y luego mi curiosidad es lo máximo, no me conformo con estar en el dibujo, la pintura o la escultura. Cuando trabajo grabado está muy cerca de mi pintura y cuando trabajo pintura está muy cerca del dibujo, que es un poco el origen de todo. Forma parte de las formas clásicas que me enseñaron en la facultad y yo he ido aprendiendo; y no renuncio a ello porque me sirve de mucho, son ideas que me abordan y lo primero que tengo es necesidad de llevarlo a un pequeño boceto.

P: Empezó, supongo entonces, con pintura clásica, ¿no?

R: Sí, totalmente. Había un amigo de mi padre, Joaquín García Donaire, que me llevó a una escuela de artes y oficios donde había un amigo suyo preparaba muy bien las clases para acceder a la facultad: Pedro Mozos, mi primer profesor. Fue el que me enseñó a dibujar mancha y composición clásica. Estoy muy agradecido, porque asentó en mí las bases importantes del concepto y trabajo clásico.

P: Y, entonces ¿cómo ha evolucionado desde lo clásico hasta ahora?

R: Después vinieron muchas cosas. Para mí la inquietud y curiosidad son grandes virtudes, y las personas estamos obligadas a tener curiosidad y decisión. Yo era muy jovencito cuando llegué a Madrid, tenía diecinueve años, y estábamos rabiosos por vivir porque habíamos pasado de una dictadura a una democracia, queríamos romper todo en el buen sentido de la palabra, romper conceptos e ir más allá. No quería representar la idea con concepto clásico, entonces me agarré a mi infancia, a mis raíces, a mis recuerdos, a los animales o la caza, la lucha por la subsistencia, la vida, la muerte y luego imágenes que se me quedaron grabadas, porque la muerte del animal era muy cercana en Piedrabuena, mi pueblo natal. Podías ver un galgo colgado en un olivo y para mi eran imágenes fortísimas. Tengo dibujos de entonces, cuando empecé a buscar imágenes de mi infancia para poder romper lo clásico. Y busqué en esa relación con mis padres, mi entorno, en las sombras, en las sensaciones de calor, en los veranos calurosos, los conceptos de sol y de sombra. El concepto de sombra y oscuridad para mucha gente es símil de muerte; sin embargo, para mí significaba vida, porque en el mundo de la caza, el de mi infancia, había que buscar a la perdiz o conejo en la sombra.

Todo esto empezó a cambiar y a alimentar mi fantasía y conceptos. Por ahí empecé a romper mi manera de hacer en ese momento. Y empecé a descubrir y experimentar que la posibilidad está en tu propia creación y sobre todo en la preocupación en que lo que haces no sea sólo decorativo, ornamental, si no la posibilidad de vivir haciendo algo que emite o da vida.

P: Si tuviera que definir el concepto arte...

R: Para mí el arte es vida, es mi vida. Más ampliamente, el arte es, sin caer en la petulancia, la esencia del ser humano. Si hacemos un análisis de lo que somos, solamente sabemos lo que hemos sido gracias al arte. Si ahora lo destruyéramos no seríamos nadie, sólo seres vivos. Gracias al arte hemos conseguido hacer cultura, crear pueblos y sociedades. Creo que es un pilar esencial del ser humano. Y sobre todo es una necesidad. Sin arte qué seriamos. El arte es una de las esencias, si no la más importante, del ser humano.

El arte es un pilar esencial del ser humano.

P: De toda la trayectoria del arte, ¿qué influencias tiene?

R: En general, clásica. Después, han ido pasando por mi carrera diferentes épocas. Cuando mi trabajo deja de ser académico y empieza a ser profesional, me influyen exposiciones que nunca se habían visto en Madrid, como las de Picasso, Matisse o Bacon, y, por otro lado, todo el informalismo, básicamente Tàpies. Las vanguardias también significaron mucho para mí.

Llega un momento en que hay una revisión de mi trabajo y hay una aportación propia, las influencias son diversas, pero el mundo clásico me atrae mucho en cuanto a pensamiento, no en cuanto a formas. Me gusta buscar en los rincones de las esencias de la cultura, me gusta buscar los clásicos en el sentido literal, me gustan los cuentos y las historias que me hagan soñar, como Los Trabajos de Hércules. Me interesa sobre todo el enigma en la vida, en mi trabajo, y lo encuentro en la raíz de nuestro ser, de nuestra cultura, en Grecia y Egipto. También en la posibilidad de futuro que es enigmática en sí. Fusionaría las dos cosas. Y sobre todo, soy un pintor que me considero de tradición española, con uno de los máximos exponentes como puede ser Goya.

P: Si pudiera elegir un movimiento artístico que vivir, ¿cuál sería?

R: El renacimiento italiano, sin duda, o la pintura gótica.

P: Cuándo y por qué empieza a exponer internacionalmente.

R: Tanto el trabajo como su dinámica se basan en la necesidad de salir, de volar, de buscar, de la curiosidad y de la necesidad de no quedarte en un sitio. Estamos obligados a dimensionarnos, cuanto más lo hacemos mejores somos. Lo que desconoces por ignorancia o estupidez lo criticas y no lo saboreas, por eso es importante dimensionarse, ir más allá.

Empiezo a trabajar en una galería de Madrid que empezó a llevarme a ferias, y luego ya es una cadena que va sucediéndose, vas conociendo a personas que se interesan por tu trabajo y vas creciendo. Una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida es acabar la carrera y no quedarme aquí. Me fui a Nueva York con una beca y, por circunstancias de la vida, tuve que volver. Ahora, me arrepiento de haber vuelto, pero si no lo hubiera hecho me hubiera perdido otras cosas, y viceversa. Como la Movida Madrileña, entre otras cosas. Ahora sigo viajando, el mundo me parece maravilloso en muchos aspectos. Todo esto me ha llevado a conocer a gente en el otro extremo del mundo que está mucho más cerca que gente con la que has vivido, y te planteas cómo es posible que después de haber nacido en un pueblecito entre la Mancha y los Montes de Toledo acabes hablando con un tipo que conoces en Chicago o Utah.

P: En cuanto a su obra, ¿qué tipo de pincelada, material y técnica utiliza? ¿Qué innovaciones ha aportado?

R: El aportar o no era, hasta hace poco, importantísimo. Ahora, hay muchas otras cosas. Una vez que haces una obra personal ya estás aportando. La manera de hacerlas es lo de menos, lo que sí es una búsqueda hacia la manera de hacer personal. Soy de conceptos sencillos, porque creo que es ahí donde está la dimensión. El campesino es uno de los seres más sencillos del universo, pero es el ser humano que más mira al cielo. Es muy sencillo porque hace cosas muy sencillas, pero esas cosas son las que le alimentan. Pero además, está vinculada al cielo. Mira las estrellas más que cualquier otro ser humano. Soy de conceptos sencillos y profundos, y mi manera de trabajar también. Uso aguafuerte como usaba Goya, el medio es lo de menos. Lo importante es transmitir en tu trabajo los sentimientos o inquietudes que te atrapan y quieres compartir. En cuanto a pintura no soy un ortodoxo del óleo, pero trabajo con él. Uso técnicas mixtas, polivinilos, pigmentos, acrílicos…En escultura trabajo con muchas materias, desde la fundición hasta cualquier tipo de material, no importa su nobleza, desde telas hasta metales e intento descubrir que en cada material hay una posibilidad que hay que encontrar y que se puede usar para hacer escultura.

P: Me está hablando mucho del cielo, supongo que eso tiene que ver con que en muchos de sus cuadros haya pájaros.

R: Sí, el pájaro siempre es importante, al igual que el resto de los animales. Porque me horroriza la gente que habla del universo, la tierra, la problemática y se olvida de que hay otros seres que viven en él, sólo hablan del hombre. El pájaro, más que animal, son naves como lo que contaba de cuando era pequeño, me hace soñar, despega, puede ver las cosas desde arriba, tiene más libertad que nadie y nada, tiene lo que desea el hombre: volar. Para mí, más que un pájaro en sí, es la necesidad.

P: En la mayoría también hay una presencia humana

R: Sí, porque no entiendo la vida sin espacios compartidos. La vida está llena de momentos en la que todo es compartido y nada es independiente. Y a mí me gustan los espacios compartidos. Somos un poco pájaros, un poco buenos, un poco malos, bondadosos, animales, personas, espíritus, somos muchas cosasCreo que esa mezcla de figuras en las que los contornos se pierden, con el espíritu compartido, donde somos dependientes unos de otros, me lleva a confiar más en los espacios y momentos compartidos que en edificar muros alrededor nuestro.

P: En sus cuadros hay contraste de colores, ¿por qué?

R: Son necesidades plásticas más que nada, no soy un colorista, no meto mucho color en la obra, es un color comedido, es una pulsación entre lo que quiero y necesito. Analizarlo a nivel intelectual es complicado, porque hacer arte no es una cosa analítica. A veces son impulsos que te llevan a hacer sin una reflexión, pero sí con una necesidad.

P: ¿Cómo cree que se puede romper el tópico «eso lo hace un niño de cinco años»?

R: Siendo justos, creo que el arte está muy lejano al ser humano. Es un problema de comunicación. Creo que ha excedido los límites del arte, pero esto es una opinión personal, porque se ha alejado mucho de la sociedad, y creo que tiene que estar cerca. No siempre es así, está claro. Para mí, el arte tiene que ser algo que esté cerca de lo espiritual, lo sensitivo o lo humano. Probablemente, esa pregunta lleve algo de verdad, en muchas ocasiones. Obviamente, lo que hizo Miró no puede hacerlo un niño, Miró era un genio. El arte no lo puede hacer cualquiera, el arte es algo dificilísimo, y yo lo reivindico como tal. No todo lo que se hace es arte, no todo vale y no todo el mundo puede hacer arte. Yo creo en Van Gogh. Creo en la actitud artística, en la actitud humana de que el artista tiene necesidad de llegar al espíritu del ser humano. Y eso es muy difícil.

P: Me ha contando anécdotas de su infancia, pero de su carrera artística, ¿hay alguna interesante?

R: Hay muchas, pero te voy a contar una de las primeras, una que fue un poco mi bautizo, relacionada además con esto último que estábamos hablando. Cuando estaba en el último año de carrera, nos premiaban a cuatro de cada facultad con una beca para trabajar en Segovia y a Granada. A mí me mandaron a Segovia. Acababa la estancia con una exposición en el Torreón de Lozoya, y yo había colgado en mi habitación cuadritos que eran muy coloristas, atrevidos, influidos por Matisse, entre otros. Los colgué en la sala y, mientras estaba afuera esperando, apareció una pareja de señores mayores. Me saludaron, y cuando salieron me dijeron «¿Ha visto usted la exposición?»Le dije que sí y el señor me dijo «¿Verdad que es detestable?».Claro, para mí fue el gran bautizo. Y dije «Yo creo que no». Al día siguiente volvimos a hablar, acabaron comprendiendo muchas cosas y nos hicimos amigos.

La conversación se alargó mucho más. Volvió a invitarme a un té, un café o lo que quisiera. Yo sólo quería llevarme todas esas sensaciones conmigo. Y creo que él también lo sabía, porque desapareció durante un instante y, al volver, trajo consigo El elogio de las formas, un libro sobre su obra. Dedicado. Con un dibujo. Un pájaro. Al lado de mi nombre. Sólo me queda por decir, aún cayendo en la repetición: gran artista y mejor persona.