Cuando un 29 de julio de 1890 falleció en la localidad francesa de Auberge Ravoux, a las afueras de París, tras dar su fatídico último paseo por la campiña francesa, Vincent Van Gogh, uno de los mayores genios que ha dado la pintura, vivía en una precaria situación de alarmante pobreza, e imbuido en la profunda depresión de un creativo genial que en sus últimos meses de vida llegó a realizar más de 500 obras, 79 de ellas envuelto en las alucinaciones de sus últimos 69 días. Solo tenía 37 años y Vincent murió creyendo firmemente que era un fracasado, que había entregado en vano toda su vida a su trabajo, a su pasión, pues de las 1700 obras que regaló a la humanidad, tan solo vendió una de ellas por la irrisoria cantidad de 85 dólares. Paradójico cuando no hace demasiado una de sus obras fue vendida por la estratosférica cifra de 50 millones de dólares en una sala de subastas.

Pero como el objetivo de esta sección, de estas pinceladas esféricas es la búsqueda de la pintura deportiva en la obra de los grandes genios de la pintura, nos detenemos en esta ocasión en una de ellas que tiene tras de sí una curiosa historia. En cierto sentido una obra con ese enigmático halo que persiguió a este genio del postimpresionismo. En concreto para conocer la bonita historia de esta obra debemos viajar al museo Kröller-Müller de Holanda, donde entre los bodegones más destacados de Van Gogh se exhibe un cuadro que desde su llegada a la colección del museo en 1974, despertó fundadas dudas sobre su autenticidad. La obra en cuestión era Bodegón con flores oreja de ratón y rosa, pintado por el holandés en 1886. Pero su inusual tamaño y una firma un tanto defectuosa pusieron en serias dudas la autoría del mago holandés de la pintura.

Todo pareció confirmarse cuando en 2003, tras un estudio con rayos X reveló la existencia de una pintura anterior en el mismo lienzo que mostraba a dos luchadores con el torso desnudo. Fue entonces cuando fue catalogada como anónima, aunque no por demasiado tiempo, pues en un estudio posterior denominado MA-XRF (Macro Scanning X-ray Fluorescence Spectrometry), se pudo certificar que los colores empleados en el bodegón coincidían con la paleta empleada por Van Gogh en la época en que lo pintó y que el tipo de trazo coincidía con el del pintor holandés.

Y es que solo un genio como Van Gogh podía transformar la violenta acción de dos luchadores en plena pelea, la adrenalina de un combate, en la maravillosa y serena visión de un bello bodegón de flores. La historia de esta pintura se remonta a enero 1886, cuando Van Gogh matriculado en un curso de pintura en la academia de arte de Amberes, pintó a una pareja de luchadores en sus clases, algo confirmado documentalmente en una de sus cartas enviadas a su hermano Theo. Aquella obra académica marchó con él a Paris, donde como hizo en otras ocasiones, pintó el motivo floral, sobre del motivo deportivo, de ahí su diferencia de tamaño respecto a las habituales y pequeñas naturalezas muertas del genio. Ese que un buen día decidió transformar un combate, aquellos dos luchadores en la maravillosa e inusual exuberancia floral a la que no nos tenía acostumbrados, pero claro solo un genio como Van Gogh podía crear esta bella paradoja. Tan enigmática y maravillosa que nos muestra que tras la bella pintura de un bodegón de flores puede esconderse el más duro combate de la vida. Y como dije solo Vincent Willem van Gogh podía revelarnos algo tan grandioso.

Fotos 1 y 2: Museo Kröller-Muller (AP)