Yo soñé con aviones que nublaban el día, justo cuando la gente más cantaba y reía, yo soñé con aviones que entre sí se mataban, destruyendo la gracia de la clara mañana, de la clara mañana…versos y estrofas de Silvio Rodríguez, de la Trova Nueva, mensajero de la identidad cubana. Es el viejo, el antiguo trovador, que no olvida a ese joven que fue, que en cada nota, cada rima, deposita el peso de la Revolución.
Nacido en 1946 en San Antonio de los Baños, (provincia de Artemisa), comenzó a residir en La Habana desde los cinco años, donde su infancia percibió la fragancia de calles de la venerable afrocubana y el barrio de San Miguel. En La Perla del Caribe, influenciado por el movimiento revolucionario y los sones de una ciudad única en el mundo, arraigado en la geografía más condenadamente bella perfiló sus inquietudes artísticas y vitales. Con ocho años tomaba clases de piano de Margarita Pérez Picó, mientras La Habana conquistaba su corazón con la síntesis de los ritmos más hechiceros jamás inventados. Se inició activamente en la Revolución en 1959, solo con 13 años, cuando entró a formar parte de la Juventud Socialista de San Antonio de los Baños. Un año más tarde integró las filas de la AJR, y en 1961 fue uno de los 100 mil jóvenes que integraron las brigadas “Conrado Benítez”, que se marcharon al campo a alfabetizar en Cienfuegos y la Ciénaga de Zapata a la luz de una hoguera nocturna. El 15 de abril de ese año, tras el bombardeo a los aeropuertos, preludio del ataque de Bahía de Cochinos, se inscribió en las milicias estudiantiles.
En 1962 se inició como aprendiz y dibujante en el semanario Mella, donde tuvo como maestro a Virgilio Martínez. Allí, jugando a crear, las musas le sirvieron la primera de sus 548 canciones: El rock de los fantasmas. En 1963 recibió clases de piano de Amelia Frades y se matriculó en la Academia de Artes Plásticas “San Alejandro”. Parecía destinado a convertirse en dibujante de historietas, ilustrador o emplanador, pero todo cambió cuando Mario Romeu le llevó a la televisión, le sentó ante una cámara y le puso a cantar, cosa que le fascinó y determinó su cambio de oficio.
Comenzó entonces a dedicarse a la música o más bien la música se empezó a dedicar a él, pues en el caso de Silvio es complejo establecer la línea que determina si el cantante cubano nació para la música o fue esta la que nació para darle sentido a sus versos. Dejó los lápices por la música y quedó atrapado por la poesía, los acordes llevaron al pentagrama del aire estrofas que parieron una música franca, canciones ácidas, dulces y dolorosas. Agarrando una guitarra como fusil hizo su particular revolución del amor, entre amantes, héroes y sonido de aviones, por la delicada y sabrosa cadencia de su acento deliciosamente cubano, resbalaron cristalinos versos y una métrica que dispara al centro de un corazón que se desboca con su forma de hacer poesía. Pues Silvio que amalgamó con maestría la trova, el amor y la política, con el bonito sonido de un verso exacto y revolucionario, no solo cantó para la Revolución, sino que enamorados, despechados, tristes, soñadores y furiosos, colmaron sus almas con las canciones íntimas de un Aprendiz de Brujo que respiraba la melodía del viento de Cuba.
¿Y aun me preguntan quién es Silvio? Silvio Rodríguez es de la Nueva Trova Cubana las lágrimas rebeldes de letras exactas para el tobogán de una vida a la irreverencia abrazada. No hay silencio en sus canciones que no pasarán, que se desvanecen suavemente en una Serenata diurna, pues las canciones de este trovador son Mariposas que emergieron de lo oscuro, bailarinas silenciosas que caminan o revientan, pero de amor. Es La gota de rocío que del cielo se cayó, el Sueño de una noche de verano, en la que perdió el lápiz de la inspiración, un Unicornio azul perdido, un canto a la amistad de musas irremplazables, aquellas que galopan perdidas por las montañas de la lucha y la clandestinidad.
Ángel para un final que se hace leyenda y se convierte en amor, un rabo de nube que se lleva lo feo y nos deja el querube. Silvio te da una canción y se abre una puerta de cuya sombra sales tú, sueña con ser quien fuera. Quien fuera Lennon y McCartney, Sindo Garay, Violeta, Chico Buarque, que cosa fuera La Maza y quien fuera trovador. Compases iniciáticos desbordantes de cubanía, un malecón que estalla en escollera de notas, que viaja suave como el tempo del mar, como piedras limadas de aristas que colindan fronteras de una autopista de arena y mar, es el contrapunto, los límites, el amor y el desamor, las rupturas y la necesidad, lo bello, la esperanza, el escepticismo, el paisaje que sigue vibrando a la razón del arte, y de nuevo el mar.
Desde que en 1974 comenzó a grabar su primer disco en solitario, Días y flores, producido por Frank Fernández, las creaciones de Silvio han versado sobre cosas imposibles, porque de las posibles sabemos demasiado. Veintidós discos en solitario, 9 singles y EP e innumerables obras en colectivo y como miembro del GESI. Silvio es mucho más que música, mucho más que poesía, mucho más que sentimiento, es espiritualidad sin burocracia, brotes de genialidad germinada en la tierra en la que nació, pura revolución. Un trovador que en su Testamento le debe una canción a lo imposible, a la sonrisa de manantial, una canción a lo que supo, a los pecados no gastados, a la mentira, a las fronteras humanas, una canción desesperada al compañero, que en cada una de sus canciones grita que no olvida el joven que fue. Ese mísmo que interpretó de forma certera la canción escrita por Carlos Puebla en 1965, generando un ambiente mágico que se desliza por los versos históricos: Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, Comandante ché guevara. Un Hombre para el que La Era está pariendo un corazón, que es consciente de que Fusil contra Fusil se hizo Revolución, pero que el inmovilismo no es positivo, pues es necesaria una evolución, cambiar una Revolución que debe tratar los viejos asuntos de una nueva manera, y necesita moverse al son del Universo.
Las canciones no pueden cambiar al mundo, pero contribuyen a hacerlo mejor, la ambivalencia de las mismas experimentan una evolución al ser tamizadas por el público, que les otorga una vida y un sentido quizás mucho más poderoso y mágico para la que se crearon, sorprendiendo y superando ampliamente las expectativas de su autor. Y en la carga poética, musical y social de Silvio, el juego del autor con el receptor de las emociones, se intensifica hasta límites insospechados, pues el trovador cubano deja abierta de par en par las puertas de la imaginación para que ellos sean los que completen sus canciones. Canta el trovador donde pongo lo hallado, Que hago ahora contigo, Oleo de mujer con sombrero que te has perdido, trova el cantante que debe tener cuidado el amor porque le puede cantar su canción.
Y Silvio que fue hecho para soñar el sol y para decir cosas que despierten amor, simplemente fue un genio para cantar al desamor: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan, ojalá que no pueda tocarte ni en canciones. Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta. Ojalá pase algo que te borre, de pronto una luz cegadora, un disparo de nieve…
Ojalá jamás dejes de ser ese barredor de tristezas, sigas gastando papeles recordándote, ojalá sigas diciendo que las estrellas le dan gracias a la noche, para que En el claro de la Luna sigas siendo siempre tú. Ojalá, antiguo trovador…