El director japonés de 82 años (es de la misma generación que Clint Eastwood) nos trae su propio homenaje de Cuentos de Tokio (la mejor película de la historia según la encuesta que se hizo el año pasado a diferentes directores y expertos de cine), la obra más conocida de Yasujiro Ozu, posiblemente uno de los mentores de Yamada. Esta versión nos cuenta la historia de un matrimonio anciano que viaja a Tokio (ellos son de una isla en Hiroshima) para visitar a sus tres hijos. Estos quieren que sus padres disfruten en la ciudad, pero están muy ocupados con sus trabajos y no pueden ocuparse de ellos.
Una familia de Tokio no es una copia de la cinta de Ozu, más bien se complementan una con la otra. Yamada ha sido muy hábil y ha conseguido hacer una película con su toque personal pero con el alma que también se encuentra en Cuentos de Tokio. Aunque algunas de las situaciones y diálogos sean muy parecidos (o incluso alguno idéntico), al intentar retratar el Japón de hoy también ha supuesto hacer algunos cambios a la historia clásica. La modificación más clara se encuentra en Noriko: en la obra de Ozu era la viuda de una de los hijos, muerto durante la guerra; en cambio, en esta versión más moderna, ella es la pareja del hijo menor, quien tiene una vida menos convencional pero tiene más afecto y estima que los otros hijos.
Parece muy difícil hacer una actualización de una obra maestra clásica como la de Ozu y que los resultados sean buenos; pero Yamada lo ha conseguido, creando un diálogo entre las dos películas, separadas por 60 años. Al tratarse del Japón actual, mucho más moderno, los problemas estarán relacionados con el tren bala, cenas con cubiertos occidentales, luces de neón... Pero las problemáticas familiares son las mismas. A pesar de la brecha generacional y el paso del tiempo, de las mejoras tecnológicas de Japón, la esencia de los conflictos son los mismos: la diferencia entre las expectativas de las personas y la realidad, entre el amor que se da y el que se recibe, la confrontación entre la urbe y el mundo rural (recordar que el matrimonio anciano ha vivido toda la vida en el pueblo)... Pero también una llamada a vivir la vida en plenitud.
Para conseguir que el espectador pueda sentir las mismas emociones que sus personajes, Yamada usa una mirada totalmente transparente. Es decir, solo usa las palabras y las expresiones de sus personajes; sin artilugios ni efectos. Es en estos discursos honestos y sinceros, sin manierismos ni falsos aires, como el público puede sentir a flor de piel la felicidad de Tomiko, la preocupación de Noriko o el orgullo del hijo grande. La banda sonora (otra perla creada por Joe Hisaishi, uno de los compositores japoneses más conocidos) también ayuda mucho a añadir emoción a las escenas, tanto si son momentos felices como tristes; el director hace uso de la música en cualquier tipo de situaciones.
Al tratarse de una película de personajes, Yamada utiliza mayoritariamente primeros planos o planos medios, ya que lo importante son sus expresiones (gestos, miradas...). Alguna vez también se usa el plano general, pero principalmente es porque son escenas con toda la familia reunida o, a veces, para mostrar la soledad de alguno de los protagonistas. Como empezó haciendo Ozu, y otros japoneses lo utilizaron más tarde, la cámara muchas veces está un poco baja, a media altura, para coger la visión japonesa, es decir, se trata del punto donde están los ojos cuando los nipones están arrodillados en la ceremonia del té. Otro recurso que utiliza Yamada (que también era común en el director clásico japonés) es jugar con los marcos de las puertas para rodear los encuadres, de esta forma el público tiene la sensación de estar observando la historia pero en situación de espectador, como si estuviera espiando todo lo que pasa.
Para los que no hayan visto nunca Cuentos de Tokio, después de visualizar el homenaje de Yamada, tendrán muchas ganas de ver la gran obra clásica japonesa. Por otra banda, los que en su momento la vieron, Una familia de Tokio hará que se vuelvan a emocionar, recordando aquellas emociones tan puras que Ozu les hizo sentir la primera vez.