Se trata del debut cinematográfico del director portugués João Viana. Antes del pase que hizo L'Alternativa de esta película (que forma parte de la sección oficial), en el auditorio del CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona), Viana asistió en persona para introducir la cinta y, en acabar la reproducción, hacer un coloquio para resolver todas las dudas de los asistentes. La película narra la historia de un hombre, Baio, que vuelve a Guinea Bissau para asistir al matrimonio de su hija, Fatu, con un músico muy conocido de Tabatô, Idrissa; pero, en su camino, se irá descubriendo que el padre sufre de graves traumas causados por la antigua guerra colonial.
Algunos medios la han comparado con Tabú, película que el año pasado ganó el premio FIPRESCI en Berlín, por su temática situada en África y su reflejo de todo aquel legado que ha dejado el colonialismo. También por la proximidad geográfica de su director, Miguel Gomes, ya que es de Portugal, como Viana. Pero A batalha de Tabatô narra una historia contemporánea, con unos protagonistas nativos de África; pero el director los ha caracterizado muy inexpresivos, similar a lo que hacía Jim Jarmusch, sobre todo en sus primeras películas.
Se trata una de aquellas obras que difumina la línea de separación entre ficción y documental. Aunque forma parte del primer grupo, también se encuentran muchas características del segundo: las referencias a los éxitos históricos que se narran en el principio y final de la película, la demostración de las tradiciones culturales de los Mandinka, el compromiso de la ciudad de Tabatô con todos los músicos, las imágenes del cementerio, cine, puerto... Pero no se debe olvidar que se trata de una historia inventada, una ficción.
Una película muy bien trabajada visualmente. Por lo que respecta a las imágenes, el director hace uso de la combinación de planos de los personajes con planos de la naturaleza o detalles, con el fin de transmitir las sensaciones de aquel momento. Usa largas secuencias y los cambios son muy lentos, pudiendo aguantar el mismo encuadre más de 30 segundos, de tal forma que el ritmo de la cinta es despacio. Relacionado con esto, se puede decir que las imágenes están muy fijas, sin movimientos de cámara. Por otra parte, toda la película está en blanco y negro (y en algunas ocasiones en rojo); lo que puede haber sido un error, pues quita profundidad a la historia y a las imágenes, le da un toque más apagado e inexpresivo a la historia.
En esta obra, el sonido tiene tanta importancia narrativa como las imágenes. El director portugués ha tenido la habilidad de usar los instrumentos y los objetos para expresar los sentimientos de los diferentes personajes: músicas africanas (balafón de madera, kora de calabaza) guían a Idrissa hacia el buen camino, los sonidos de teléfono y radio acompañan a Fatu remarcando su habilidad para mediar entre las personas, y los ruidos de metralletas y explosiones están asociados con Baio y su trauma de la guerra.
Cuando la tragedia sucede, la película sufre un cambio importante. Pasa de un naturalismo tradicional a un realismo mágico total, con la aparición de los chamanes sabios de la tribu, de un fantasma bailando o una ceremonia de exorcismo. Es en este momento cuando aparece el color rojo en algunos planos en forma de flash. El final es totalmente simbólico, enfrontando a la población de la tribu con los demonios, la música contra el trauma, la paz contra la guerra, el presente contra el pasado.
Una película con una idea muy buena y una parte técnica aún mejor. Pero es muy difícil que el espectador llegue a sentirse identificado con la historia y que se siente emocionado por lo que está viendo. El principio también se hace un poco lento, y es fácil que el espectador se pierda sin saber muy bien por dónde está yendo la historia. Puede que con un desarrollo diferente, la idea hubiera quedado más a gusto para el espectador. Pese a ello, cabe recordar que es aún la primera película de João Viana.