En el 1950 se estrena una de las obras más conocidas de Akira Kurosawa (autor de otros clásicos del cine asiático como Los siete samuráis o Ran). En esta cinta intentó tratar el Japón tradicional pero, a la vez, hacer un retrato de la mentalidad de aquel momento de la sociedad nipona (acababan de ser derrotados en la Segunda Guerra Mundial) e, indirectamente, también de la condición humana en general; además de ofrecer una de las revoluciones narrativas más importantes en el mundo cinematográfico.

Las relaciones, el honor y la mentira

La historia de la cinta combina la violencia criminal y la violencia sexual (cada versión de los hechos empieza con la violación de la mujer por parte del bandido y bajo la mirada del esposo). Precisamente, las relaciones entre los hombres y las mujeres constituyen el verdadero tema de la película, sobre el fondo de la defensa del honor, es decir, la misoginia, el machismo viril, el enfrentamiento para conseguir a la dama, quien es víctima y manipuladora a la vez, instigadora de las tensiones entre los hombres.

En esta historia no hay redención, ya que la mentira es la única vía de salida comuna, más allá de la alternativa violenta, para eliminar la vergüenza y la pérdida de honor por culpa de la violación. Por lo tanto, la cinta apunta hacia esta inevitable capacidad del hombre a mentir, atributo que va marcado a su propia naturaleza y que lleva como consecuencia a una sociedad donde todos desconfían de todos. El sacerdote llega a afirmar: "Si los hombres no dicen la verdad y no confían en los otros, significa que la tierra se ha convertido en un tipo de infierno".

Rashõmon no refleja la incapacidad del hombre a conocer la verdad a través de las narraciones de las persones; apunta necesariamente a la honestidad del emisor para qué esto suceda.

Temporalidad y multiperspectivismo

Uno de los méritos de esta obra maestra es el trabajo del tiempo cinematográfico. En esta película, un acto es el centro de atención: la muerte del samurái y la violación de la mujer. Eso tiene lugar en un tiempo pasado, ya que el tiempo presente, como se ve en el inicio de la cinta, es el del templo. La cámara traslada a los espectadores a dos espacios físicos del pasado: el juicio y el bosque en donde tuvo lugar el asesinato (siempre a través de los flashbacks). Pero la película siempre acaba volviendo al templo.

Pero todos estos sucesos no se presentan de forma lineal. Rashõmon está articulada a partir de las declaraciones de los testimonios del acto, en el juicio que tiene lugar para encontrar el asesino, así como el de los tres personajes implicados directamente. De esta forma, hay un total de siete declaraciones: el leñador, el sacerdote, el policía, el ladrón, la mujer, el samurái muerto y una segunda declaración del leñador. Para explicar todo esto, un seguido de flashbacks configuran una narración no-lineal de los hechos.

Precisamente, que el espectador dude de la veracidad de las historias explicadas en las retrospecciones, se debe a la explotación que hizo Kurosawa del concepto del punto de vista, hasta convertirlo en uno de sus principales recursos narrativos, sólo perfeccionado unos años más tardo por Hitchcock. Pero no se tiene que entender como una colocación diferente de la cámara y ya está, más bien como un punto de referencia diferente, ofreciendo al espectador una parte de información que después puede ser compatible, o no, con los otros puntos de vista. No se trata de un narrador omnisciente; son un conjunto de pequeños narradores los que ofrecen, cada uno, una versión diferente del relato.

De esta forma, podríamos decir que con Rashõmon se inicia la narración discontinua y calidoscópica que tanto se utiliza ahora.

Clásico y moderno

Kurosawa admiraba el cine mudo, y esta devoción se podía ver en el set minimalista de la película. Su objetivo era recrear la belleza que estaba presente en el cine clásico, y pensó que una de las mejores técnicas era la simplificación. De acuerdo con estas declaraciones, en toda la cinta solo hay tres escenarios, la puerta del templo, el bosque y el patio del juicio (el primero y el tercero son construcciones simples, y el segundo es un lugar real).

Otra característica que había en el cine clásico es la exageración y el gesto escenográfico de los actores principales, característica que es más típica del teatro que del cine moderno. Pero éste no es el único parecido del mundo teatral; todas las escenas del juicio hacen pensar en una escena de teatro: un único plano medio fijo, el testimonio hablando fijamente a la cámara y un fondo totalmente blanco.

Pero esto se opone con otras características de la película más modernas, por ejemplo, el dinamismo de la historia que rompe con los parámetros del anterior cine japonés, se trata de una historia ambigua, hay tensiones de la cultura universal de posguerra o, también, particularidades de la obra de Shakespeare, como la naturalización del ser humano. Además, como se ha comentado antes, una clara característica de la modernidad es que se trata de una narración abierta, es decir, que no busca un final a la historia.