En el último tramo de su vida, antes de morir de leucemia en 2006, a Arthur Lee le sobrevino una fama como no había conocido en su juventud, cuando escribía algunas de las páginas más decisivas y visionarias de la historia del rock. Hoy, la figura de Arthur Lee es una referencia ineludible que no escapa al conocimiento de cualquier buen amante del rock. Sin embargo, su fama sigue siendo la de una figura de culto, sin llegar a alcanzar nunca las cotas de popularidad que tantos colegas de su generación sí consiguieron. Asimismo ocurre con la banda que fundó y lideró: Love. Porque Love fue una banda fundamental de la escena psicodélica de la segunda mitad de los 60, una banda de una audacia como pocas y a la altura de sus más ilustres contemporáneas, a cuya sombra, sin embargo, ha permanecido siempre, acaso por carecer de un hit que la haya mantenido viva en la memoria del imaginario popular, generación tras generación.
Con todo, Love no era ni mucho menos una banda corriente que hubiera de pasar desapercibida, sino todo lo contrario. En aquellos 60, cuando la British Invasion había convertido el rock en un ámbito de predominio eminentemente blanco, Love apareció—en 1965—como una de las primeras bandas multiétnicas, en la onda de Booker T. & the M. G.’s o de Sly & The Family Stone. Sin embargo, el caso de Love entrañaba mayor singularidad que el de estos dos grupos, que, si bien participaban indiscutiblemente del rock, se adscribían más específicamente a géneros tradicionalmente negros, como el soul, en el caso de Booker T. & the M. G.’s, o el funk, en el de Sly & The Family Stone. Love, en cambio, fue una banda de rock, o más preciso aún, una banda de pop-rock con todas las de la ley, y Arthur Lee mereció el calificativo de “primer hippie negro”, adelantándose descaradamente a Jimi Hendrix. Junto a Lee, como vocalista principal, multi-instrumentista, compositor de la mayoría de los temas y verdadera alma mater del grupo, la plantilla de Love se completaba con el también afroamericano Johnny Echols (guitarra principal), Bryan MacLean (guitarra rítmica), Ken Forssi (bajo), Michael Stuart (batería) y Alban “Snoopy” Pfisterer (teclados).
Si es más preciso hablar de Love como banda de pop-rock que de rock, se debe a la evidente tendencia del grupo a aunar una multitud de estilos en los que se puede distinguir el rock, efectivamente, pero también el folk rock, el pop barroco, el musical y hasta algunas muestras de ese cajón de sastre que ha convenido en llamarse protopunk. Un cóctel sazonado siempre con ácido psicodélico y, rasgo distintivo de Love, con una inspiración melódica que no empalidece ni al lado de The Beatles. De ahí, especialmente, su carácter pop, que los distinguía de otras bandas señeras de la psicodelia, como Captain Beefheart and his Magic Band o Mothers of Invention, de claro carácter paródico, si bien el pop de Love era siempre mucho más ambicioso que el de bandas de la esfera ácida, como The Zombies.
La aguja sobre el vinilo
La trayectoria discográfica de Love empieza en 1966, cuando firman un contrato con Elektra Records, la discográfica que habría de producir los álbumes de The Doors, quienes precisamente fueron recomendados a la discográfica por Arthur Lee. Cuenta la historia que cuando el fundador de Elektra Records, Jac Holzman, fue a Los Ángeles a ver tocar a Love en el legendario Whisky a Go Go, llego suficientemente pronto como para ver al grupo anterior, que no eran sino Jim Morrison y sus secuaces. ¿Acaso este suceso marco el devenir de uno y otro grupo? Quién sabe… Lo cierto es que Love grabó en 1966 su primer álbum, Love. Un disco que significaba toda una declaración de sus intenciones melódicas ya desde el primer tema, 'My Little Red Book', nada menos que una versión ácida de Burt Bacharach que se convertiría en el primer éxito de la banda.
Todos los temas del disco eran originales de la banda, exceptuando el tema inicial, así como una versión del 'Hey Joe' de Billy Roberts, antes de que Hendrix lo inmortalizara para siempre. A propósito de esto, es curioso advertir la influencia de Lee en Hendrix. Aunque la versión de Hey Joe del primero nada tiene que ver con la del segundo, sí recuerda a la sonoridad ácida de los primeros discos de Hendrix, y asimismo la voz y la forma de cantar de ambos, sino idénticas, sí que guardan clara relación.
En 1967 Love graban su segundo disco, Da Capo. Un solo tema, 'Revelation', de estilo R&B, ocupaba toda la cara B, algo que en la época llamó la atención. En la primera cara, sin embargo, Lee y sus chicos desplegaron una estimulante suite de 6 temas, cada uno de los cuales con un carácter y estilo distintos. 'Stephanie Knows Who' abre el disco con derroche de cambios de ritmo; '¡Que Vida!' aporta una carácter juguetón en sus armonías, a partir de la psicodélica letra de Lee; 'Seven and Seven Is' es una incendiaria muestra de protopunk; a esta le sigue la dulce guitarra que introduce 'The Castle', un tema caracterizado per arranques y frenazos en el ritmo, algo propio de Love. Con respecto al primer disco, Da Capo incrementó la instrumentación, añadiendo flauta, saxofón y teclados.
Antes de que terminara 1967, sin embargo, Love grabó su tercer disco, que, a la sazón, sería considerado unánimemente como su obra maestra: Forever Changes. Si la trayectoria previa de Love ya había sido sobradamente singular, los resultados de Forever Changes fueron algo prácticamente inédito, la demostración de que se podía tocar rock ácido con guitarras acústicas y una toda una orquesta sinfónica, en un alarde de bipolaridad extrema, de lo más íntimo a lo más grande. Por supuesto, el eclecticismo estilístico marca de la casa seguía presente, y así, el disco empieza con 'Alone Again Or', un tema de MacLean introducido por unas guitarras de influencia flamenca y en el que ya aparece con su toda su grandilocuencia las cuerdas y los vientos de la orquesta. Pero las cuerdas aún lucen más en el tercer tema, 'Andmoreagain', una canción de dulce en el que la voz de Lee dibuja sinuosas melodías. Otro tema a destacar es el de 'Maybe the People Would Be the Times or Between Clark and Hilldale', una canción que corrobora el carácter innovador de Love, trazando una línea que de algún modo prefigura el pop actual de grupos como Belle and Sebastian, por ejemplo.
El feliz resultado de Forever Changes fue, sin embargo, fruto de un trabajo arduo. La producción corrió a cargo de Lee y Bruce Botnick, al rechazar la producción primera que había llevado a cabo Neil Young. Por otra parte, cuando la grabación del disco empezó, Love era un grupo azotado por las drogas y que, además, veía cómo otras bandas, como The Doors o The Jimi Hendrix Experience, llegaban con fuerza para arrebatarles su trozo del pastel. Ello implicó que en un principio, Bruce Botnick recurriera a músicos de estudio para empezar a grabar, hasta que la banda pudo incorporarse. El propio Arthur Lee reconoció mucho después: “cuando hice este álbum, creí que me iba a morir, pensaba que iba a morir en aquel momento en particular, así que aquellas eran mis últimas palabras”. Este estado se deja entrever en las palabras iniciales del tema más célebre de Forever Changes, 'The Red Telephone': “Sitting on a hillside/ watching all the people die/ I’ll feel much better on the other side”.
Finalmente, Arthur Lee no acertó acerca del pronóstico de su muerte, pero sí que Forever Changes se convirtió en el canto del cisne de Love como banda. En 1968, Lee se deshizo del grupo para seguir grabando como Love con músicos de estudio, trazando una dilatada trayectoria que se alargaría hasta 1996, aunque los días de esplendor ya no volverían.
Four Sail (1968) fue el disco que inició esta nueva etapa de Love como proyecto en solitario de Arthur Lee. El tema que cerraba el álbum decía lo siguiente:
Won’t somebody please Help me with my miseries.
Won’t somebody see/ yeah whats this world has done to me.
And I know, I know
And I said oh I said
That no matter where I go, no
I will always see your face.
Intencionado o no, la canción, 'Always See Your Face', sirve como conmovedor epitafio de Love, de esa banda vitriólica como pocas, a la cual el tiempo ha terminado dando la razón y poniéndola en el alto lugar que merece.