Poco o nada hacía pensar que esa joven pizpireta, trasunto rubio de Cindy Lauper, que a finales de los ochenta decía hacer ¡chas! y aparecer a tu lado terminaría convirtiéndose en una de las personalidades más singularmente estimulantes de la escena pop-rock española de los últimos diez años. Trabajos como Tu labio superior (2008) o el más reciente La joven Dolores (2011) han confirmado definitivamente a esta señorita de 49 años, de belleza glacial y que responde a ese exótico nombre de Christina Rosenvinge, como una verdadera figura de referencia del panorama musical de este país.
Balbuceos e infancia
Nacida en Madrid, aunque de padre danés y madre británica, esta mujer de largo recorrido cuenta con una trayectoria musical que ya abarca algo más de treinta años. Una trayectoria que arranca en los ochenta, en plena efervescencia de La Movida, con el grupo Ella y los neumáticos, una banda que, como tantas otras en ese momento, se amoldaba especialmente al sonido y la estética punk en boga, y en la que una Christina Rosenvinge de a penas dieciséis años cantaba con un estilo vagamente deudor de la primera Siouxsie Sioux. Más tarde, en 1987, junto al guitarrista de ese primer grupo, Alex de la Nuez, Rosenvinge forma el dúo Alex y Christina, de carácter abiertamente pop y adolescente, cuyo sencillo ¡Chas! y aparezco a tu lado se convirtió en uno de los éxitos emblemáticos de la época.
Tres años después de la separación del dúo, Christina vuelve en 1992 con una nueva formación, Christina y los Subterráneos, en la que participan figuras de la relevancia de Antonio García de Diego (Triana) o Alejo Stivel (Tequila). Con Christina y los Subterráneos, toda vez que empieza a deshacerse de su imagen de icono adolescente para acercarse a un sonido más rockero, Rosenvinge, ya autora de los temas, da las primeras muestras distintivas de una personalidad propia y que presagian la posterior explosión de su talento como cantaurora. Así, con el primer álbum de Christina y los Subterráneos, Que me parta un rayo (1992), ven la luz temas como Mil pedazos, Alguien que cuide de mí o Señorita, éste último con letra del escritor Ray Loriga, quien a la sazón, mantendría una relación sentimental con Rosenvinge. El hecho de que estos tres temas se hayan mantenido como parte del repertorio de concierto de la cantautora da buena cuenta de su valor como ejemplos incipientes en los que Rosenvinge, desde su madurez actual, aún puede reconocerse.
Con todo, si bien puede señalarse a Que me parta un rayo como el germen de Christina Rosenvinge como personalidad musical nueva y distinguible, este álbum aún se permitía algunas licencias pop—como Voy en un coche—que desaparecerían por completo en el siguiente disco, Mi pequeño animal (1994), un álbum mucho más introspectivo, con un sonido más áspero, alejado de los circuitos comerciales, y en el que acaso se pueda ver un precedente más fiel de la Rosenvinge de hoy.
Búsqueda y encuentro de una voz propia
Tras el breve periodo de Cristina y los Subterráneos, Rosenvinge, ávida por adentrarse en mundos nuevos e inexplorados y evitar el encasillamiento, emprende una etapa que de algún modo podría considerarse como búsqueda de sí misma, de sus posibilidades. En 1994 conoce al guitarrista de Sonic Youth, Lee Ranaldo, con quien colabora en varias producciones y quien ejerce una importante influencia en algunos de los trabajos sucesivos de Rosenvinge. De ese modo, y ya por primera vez firmando como Christina Rosenvinge, aparece el álbum Cerrado (1997), un viraje deliberado hacia una sonoridad más oscura y electrificada. Tras este Cerrado, Rosenvinge, siempre movida por ese inconformismo que ha devenido una de sus señas de identidad más notorias, se traslada en 1999 a Nueva York, donde graba tres álbumes en inglés, Frozen Pool (2001), Foreign Land (2003) y Continental 62 (2006), con los que trata de abrirse camino dentro del circuito musical estadounidense, bajo el auspicio de su viejo amigo Lee Ranaldo, así como de otro de los miembros de Sonic Youth, Steve Shelley.
Con esta trilogía anglosajona, en la que, a decir verdad, tienen cabida también algunos temas en español (uno en Frozen Pool y tres más en Continental 62), el sonido y la personalidad de Rosenvinge no hacen sino afianzarse cada vez más en ese carácter introspectivo, siempre delicado y sofisticado, dentro del cual la cantautora juega con brillantez la baza de un eclecticismo que hace que ningún tema suene igual que otro y que, a su vez, todos compongan una unidad de estilo plenamente reconocible que alcanzará, sin lugar a dudas, su plenitud con el siguiente trabajo en solitario de la cantautora, Tu labio superior (2008). Antes de este último, sin embargo, Rosenvinge graba en colaboración con Nacho Vegas Verano fatal (2007), un trabajo en el que las personalidades de ambos artistas se complementan a la perfección, lo que acreditan pequeñas exquisiteces como No lloro por ti, No pierdes lo que das y, sobre todo, el incendiario tema que da nombre al álbum.
Cuando Christina encontró a Rosenvinge
Finalmente, con Tu labio superior llega la obra de una artista que ha alcanzado su madurez, que se conoce a la perfección, que sabe exactamente lo que quiere decir y que domina y dispone con mano maestra cada uno de los resortes de su personalidad y de su talento para decirlo. Soportado por una banda de excepción que cuenta nada menos que con Steve Shelley y Chris Brokaw (Come), Tu labio superior, acreedor de la bendición unánime de público y crítica, significó la consagración de Christina Rosenvinge como una de las cantautoras de mayor prestigio del panorama español. Un prestigio que ha permanecido intacto en su siguiente trabajo, y el último hasta la fecha, La joven Dolores (2011), un álbum precioso que pretende aunar la personalidad de la cantautora con un sonido más cálido, inspirado por aires mediterráneos y por los mitos clásicos. Con la participación de Benjamin Violay, Georgia Hubley (Yo la Tengo) y, nuevamente, Steve Shelley, el disco fue calificado por Rolling Stone como “obra maestra”, y su belleza conmovedora no hace sino corroborarlo.
A la espera de desvelar la dirección del último paso de esta dama de hielo, obradora de milagros como “decir «mi jersey de Prada» en una canción y salir indemne”—en palabras de Nacho Vegas—, el último movimiento de Christina Rosenvinge ha sido la publicación de una antología de toda su trayectoria bajo el título de Un caso sin resolver (2011), un título insinuante, seductor y fiel a la carrera de una artista que ha sabido borrar las pistas de su rastro a tiempo, a fin de permanecer siempre joven. Y lo sigue consiguiendo. Un caso sin resolver.