Fugaces, como estrellas tintineantes en pleno firmamento. Sentados en plena calle, sin detenerse a reparar en la realidad. David y María, nombres, rostros vagabundos, sin hogar más allá de sus corazones. Nadie en la escuela te enseña a amar. No es necesario un profesor, una niñera, ni un jefe para mostrarte la verdadera magia de comprobar en tu pecho cómo se te disparan los latidos. Dicen que 'esa persona' aparecerá en el momento menos esperado, en ese ínfimo instante en que desvíes tu mirada, y simplemente dejes de utilizar tus ojos para ver. Nunca nadie imagina al metro, enmarañado, sucio, suburbial, como paraje idílico donde atrapar al vuelo las mariposas que te elevarán sin previo aviso. 

Sin embargo, el caso de David (Unax Ugalde) y María (Pilar López de Ayala) es distinto. Una libreta, un par de frases, exentas de técnica, sólo adulteradas con la efervescencia de un amor adolescente. En ocasiones es insultante la levedad del medio que consigue hacer explotar ese baile de miradas, caricias, dulces palabras... Para David, rebelde por definición, con expectativas difíciles de cumplir debido a su origen, las cosas nunca fueron fáciles. En su camino se cruza María, un alma insaciable, inteligente pero desmedida. Ambos representan la locura y ello les lleva a enamorarse desde el primer segundo. Es sabido que el amor alimenta al alma. Le proporciona sustento. Sin embargo, nada parece a veces ser suficiente para una humanidad que siempre precisa más. 

La vida pasa, y pesa

La historia de David y María, llevada al cine por Josetxo San Mateo en el año 2000 bajo el sugerente y volátil título de 'Báilame el agua', no pretende encarnar las fantasías de ningún corazón ansioso por amar. No pretende mostrar un afecto líquido, de sábanas y hojas caídas. Su fugaz amor no busca más que internarse, de forma carnal y cruda, en todas esas historias de perdición, de desengaño, de felicidad eclipsada por una tristeza fulminante. Los acordes de pesadumbre, de ilusión apelmazada, recorren cada vértebra, cada silueta registrada en la evolución de dos soñadores inaceptables. 

Nunca nadie te dice que sentir unos ojos clavados en ti, aunque sea bajo la alcantarilla más podrida de este vanidoso recreo, que notar unos dedos cargados de afecto escurriéndose entre tu pelo puede ser la sensación más maravillosa si pertenecen a ese sueño con el que vives delirando, que te provoca saltar entre jardín y jardín sin apenas darte cuenta de lo que es pisar el suelo. Nadie te advierte que caer en un círculo de caricias incesantes regala gramos de felicidad inigualables. Nadie te cuenta que, a veces, tu casa puede ser una silla en la estación si viene acompañada de otra de su misma condición. Nadie colorea tus libros con gris cuando eres un niño, y nadie te habla de que el sol puede abatir a la tormenta si tú te lo propones. 

'Báilame el agua' expresa que la batería inicial puede ser lo más hermoso de tu canción. Que el mayor de los vacíos puede ser llenado con poco y que mucho es innecesario si se tiene lo esencial. Ojos vidriosos, pantalones holgados, cabello desordenado, bolsillos vacíos y corazón lleno. ¿No era ese el objetivo?