Un juego de niños. La inmadurez, la sencillez, la transparencia, son protagonistas de estas vidas paralelas que transcurren siempre al borde de un acantilado, arriesgando, cayendo, agarrándose con fuerza. Julien Janvier y Sophie Kowalski, dos almas inocentemente arriesgadas, sin miedo a nada pero temerosas de salir ahí fuera, si eso supone soltarse de la mano. "¿Capaz, o incapaz?", es la frase que domina esta cinta de principio a fin, y su cierre asevera un "capaz" de libro, un canto a la eternidad del amor verdadero. 

¿Juego de idiotas? Tal vez, pero era nuestro juego

Julien encarna al clásico niño francés, tímido, inseguro y soñador, mientras que Sophie le hace, con su encanto informal, mantener los pies en la tierra, recordar que es humano, que su mundo real no lo es en absoluto. El film se presenta como una serie de pruebas planteadas en función de un amor infantil. Progresivamente, estos niños inocentes van creciendo, sin embargo, sus vidas, en el intento de mantenerse distantes, se cruzan inevitablemente, y a cada mirada se produce una regresión abrumadora hacia esa sensación de libertad, de desconocimiento universal.

"Cállate, tápate los oídos fuerte, muy fuerte. ¿Oyes lo mucho que te quiero?"

Julien y Sophie nos demuestran que el amor no puede ser escondido, no se pueden desafiar sus designios, puesto que, tarde o temprano, ese punzón volverá a clavarse en tu corazón y volverá a gritarte al oído que lo único que necesitas para vivir es una sonrisa, una palabra, un gesto... 

Sus historias son las de dos corazones fusionados, desde la primera mirada que entrecruzaron, desde el primer "capaz" hasta el último, que con su última letra exhala el último resquicio de vida de los protagonistas. Cada prueba, cada obstáculo, supone no más que una forma de demostrarse entre ellos el amor incondicional que se profesan, a pesar de los intentos de la vida por separar sus caminos. 

La resolución de esta trama es trágica a la par que dulce, el juego eterno de sepultarse bajo una capa de hormigón, juntos, como empezaron y como se mantuvieron. Capaces, hasta de dejarlo todo por demostrarse su insustituíble mutuo amor, su cariño impredecible, sus sentimientos en avalancha. Mejores que nada, mejores que la vida.

"Felicidad en estado puro. Bruto, nautral, volcánico. ¡Qué gozada! Era lo mejor del mundo. Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que el costo, coca, crack, chutes, porros, hachís, rayas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, LSD, éxtasis. Mejor que el sexo, que una felación, que un 60, una orgía, una paja, el sexo tántrico, el kamasutra, las bolas chinas. Mejor que la Nocilla y los batidos de plátano. Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de los Teleñecos, que el fin de '2001'. Mejor que los andares de Emma Peel, Marilyn, la Pitufina, Lara Croft, Naomi Campbell y que el lunar de Cindy Crawford. Mejor que la cara B de 'Abbey Road', que los solos de Hendrix. Mejor que el pequeño paso de Neil Armstrong sobre la luna, el Space Mountain, Papá Noel, la fortuna de Bill Gates, los trances del Dalai Lama, las experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro. Todos los chutes de testosterona de Schwarzenegger, el colágeno de los labios de Pamela Anderson. Mejor que Woodstock y las raves más orgásmicas. Mejor que los excesos del Marqués de Sade, Rimbaud, Morrison y Castaneda. Mejor que la libertad. Mejor que la vida."