El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, es probablemente una de las novelas más influyentes del siglo pasado. En ella se reflejaba los vicios de la sociedad norteamericana durante la década de los años veinte, con sus fiestas y sus escasos valores morales. Gatsby representaba ese cruce entre el hombre rico carente de todo tipo de escrúpulos, y el ser humano que ve en la vida un vehículo para ser feliz sin necesidad de grandes lujos, tan sólo con el sentimiento universal que en ocasiones puede darle sentido a todo: el amor.

Luhrman vuelve a reinterpretar un clásico. Tras su particular visión de la obra de Shakespeare Romeo y Julietta, y mostrarnos una reinvención del famoso club nocturno parisino Moulin Rouge, el director australiano vuelve a la carga con El Gran Gatsby, una nueva perspectiva en la que el clásico es reinventado al mas puro estilo Luhrman,  en dónde la cultura pop de nuestras décadas convive con el pasado, en este caso concreto con los famosos años veinte en la ciudad de Nueva York.

La historia nos habla de un hombre multimillonario al que nadie ha visto. Él es Gatsby, famoso en toda la ciudad por dar cada fin de semana suntuosas fiestas en las que tienen cabida todo tipo de lujos y excesos, dónde el alcohol llueve a raudales y que además sirve de punto de encuentro para gente de todo tipo de clases sociales: desde estudiantes universitarios, hasta estrellas del cine. Nadie sabe de Gatsby, y sin embargo todos acuden a su mansión cada fin de semana. Pero… ¿Quién es realmente ese tal Gatsby y por qué lleva a cabo semejantes fiestas en las que, aparentemente, él ni siquiera participa?

La película, que tenía previsto su estreno en diciembre del pasado año, ha tenido que aplazarse hasta mayo de 2013, acompañada eso sí de una increíble campaña de promoción tanto en televisión como a través de carteles publicitarios. En Madrid por ejemplo, algunos bancos de la estación del metro de Callao han sido decorados al estilo de los años veinte, como forma original de dar publicidad a la película. A pesar de todo esto, la película no ha logrado los resultados previstos, y ha tenido que conformarse con una taquilla de 1,57 millones de euros, una cifra muy por debajo de lo que se esperaba de ella.

Una película visualmente perfecta

Con esta premisa, asistimos a un desfile pirotécnico en el que el exceso es la clave de esta misteriosa e hipnótica película. Una historia épica en la que se tocan temas universales como el amor, la esperanza, el adulterio o la soledad. Todo ello en dos horas y media que no se hacen pesadas en ningún momento, y todo gracias a la maravillosa dirección de Baz Luhrman, que ha cambiado el tono crítico-social de la novela original, por un espectáculo visual que despierta todos los sentidos del espectador a base de una imponente fotografía, un vertiginoso uso de la cámara con planos que podrían parecer imposibles y una banda sonora que quita el hipo. En definitiva, El Gran Gatsby es ante todo un festín para nuestros ojos.

El gran problema que acompaña a la película durante todo su metraje, es que al final su director se acaba olvidando de la esencia de la novela y todo parece resumirse en un envoltorio precioso, pero vacío de contenido. En la traca final, cuando la tragedia llega sin previo aviso, el espectador no termina de sumergirse de lleno en la trama junto con sus personajes, sino que se limita a ver lo que ocurre de la misma forma  en que anteriormente estaba viendo las fiestas y cotillones de la alta sociedad neoyorquina. Porque, al querer crear un espectáculo durante todo el metraje, Luhrman no tuvo en cuenta que ese espectáculo impediría que el público se implicase de manera emocional en lo que ocurre en el filme.

Aún con estos fallos, la película no deja de ser todo un evento cinematográfico que nadie se debería perder. La interpretación de todos sus personajes, especialmente Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan, es otro de los puntos fuertes de El Gran Gatsby. Ambos actores no sólo desprenden una química frenética cada vez que sus ojos se cruzan en algún momento de la película, sino que han sabido hacer suyos los personajes que Fitzgerald creó en su día, sobre todo DiCaprio, que nos regala un trabajo digno de ser reconocido con el paso del tiempo como el mejor Gatsby que el cine nos ha dado.

Al final, la cinta resulta estimulante, trepidante y entretenida. Quizás el mensaje que el autor de la novela plasmó en su obra no esté reflejado íntegramente en la película, pero eso da igual porque El Gran Gatsby acaba siendo lo que su director pretendía: una revisión del clásico chillona, grotesca, divertida, emocionante,  en ocasiones ridícula, pero sobre todo, un desfile de originalidad, atrevimiento y valentía. Y eso, en los tiempos que corren, es más de lo que se puede pedir a una película.