Una mujer joven y atractiva -Nina Hoss- baja de un destartalado autobús y se enciende un cigarrillo. Se trata de una escena que recuerda a tantas otras del mundo del celuloide, sin embargo, Bárbara -así se llama la chica- plantea al espectador muchas preguntas con el simple gesto. Seria, con la mirada perdida. Alguien la observa desde una ventana. El film comienza con la historia empezada, pero eso no impide al espectador adentrarse en la narración y acompañar a Bárbara en su nuevo trabajo.

Bárbara plantea al espectador muchas preguntas con el simple gesto.

Tras unos instantes se aclaran algunas de las cuestiones. Bárbara es una pediatra que ha sido trasladada, como castigo, de un importante hospital de Berlín a un hospital de pueblo sin apenas recursos. Su delito no es otro que el haber realizado una instancia para que se le permita vivir en la Alemania Occidental junto a su pareja. Por este motivo se muestra distante con sus compañeros de trabajo, desconfía de ellos debido a sus planes para huir de ellos, de los inspectores, del hospital, del pueblo y de Alemania. 

En Bárbara, ha llegado el verano, el color llena la pantalla

A diferencia de la mayor parte de las películas que relatan de una forma gris y deprimida Alemania del Este, en Bárbara, ha llegado el verano, el color llena la pantalla. El metraje tiene una fotografía cautivadora y una tonalidad cálida que invita a pasear por sus idílicas localizaciones. Se trata de presentar una historia conocida de sobra por los espectadores, la forma de vida en la Alemania dividida tras la II Guerra Mundial. 

La película ofrece un punto de vista distinto. Sigue habiendo miedo  ante un régimen duro descrito con un par de pinceladas, por lo que ese estado de la Alemania Oriental se normaliza, la trama gira en torno a la represión política pero pierde su fuerza destructiva en contraposición a las historias humanas que se entremezclan en torno al pequeño hospital de pueblo.