¿Para qué sirven las palabras? A Carme Chacón para explicarnos cómo oponerse a una propuesta de su partido, el PSC, contra su futuro partido, el PSOE, sin necesidad de apretar ningún botón de su escaño, cuando ese timbre estridente avisa a los diputados para ir a hacer su trabajo, pulsar una tecla disciplinadamente.
La diputada Chacón aún tiene esperanzas en hacerse con un partido, el que sea, y gobernar un país sin retratarse previamente. Si por ella fuera aparecería como Goya pintó a la mujer de Fernando VII en el retrato de la familia de Carlos IV, sin saber sus intenciones porque no le vemos la cara. Su sueño incluso puede que sea que desconociéramos hasta su identidad, como la retratada, porque ella a lo que aspira es a estar sin estar, a nadar y guardar la ropa, a tener convicciones sin tenerlas o mejor, sin exponerlas. A mandar, a eso aspira, al poder, por eso actúa tan sibilinamente. Quizás incluso tenga la tentación de comportarse como su antecesor, Rodríguez Zapatero, que creía que su trabajo consistía en ganarle elecciones a Rajoy, sentarse en el sillón, y dedicarse cuatro años a fluir más o menos vacuamente hasta el siguiente trabajo, la próxima campaña electoral contra el gallego.
Algo tendrá el poder que para conseguirlo hace que la gente se comporte no como le gustaría sino como cree que le gustaría que se comportara a los que le rodean. En el fondo parece como si para llegar a la presidencia, a lo primero que haya que renunciar es a los principios de los que hablaba Marx (Groucho Marx, por supuesto) con su mítica frase de que si no le gustan mis principios, no sé preocupe, eso no será ningún obstáculo porque tengo otros, los que quiera, los que me pida para que yo consiga mi objetivo. Deme su chaqueta si lo desea, que yo me la pongo para mi toma de posesión.
Chacón nos habló desde donde nos merecemos, delante de la tribuna de microfónos de las televisiones, e intentó justificarse por lo que sabía que no iba a hacer, explicarse por lo que no tenía intención de hacer, para luego entrar en el salón de plenos y quedarse con los brazos cruzados para la historia. Ni votó a favor, ni en contra ni se abstuvo. No hizo nada, que es el hecho que quedará para la posteridad. No hizo nada, porque cuando haces algo, dejas de ser etéreo y pierdes apoyos, simpatías y votos. Lo que no parece tener muy calculado es que no se puede contentar a todo el mundo y quien lo intenta se queda como la señora Chacón, con una posible multa por romper la disciplina de voto de su futuro partido el PSOE y de su partido el PSC. O lo que es lo mismo, colgada de su propia brocha que pinta lo que pinta Tàpies en alguno de sus lienzos: nada. La nada más absoluta.