Ayer me levanté pronto porque quería comprarme un libro, para aislarme del debate del estado de los partidos. Cuando ya había pasado la mañana en agradable lectura, tras la comida, pensando que no había peligro, me relajé y piqué el anzuelo. Me venció la tentación como a otros les da por hacer una maqueta de barco más que no saben dónde colocar o de perseguir, aún a riesgo de que les echen de casa por derrochadores, el sello que les va a costar un ojo de la cara pero que sin tenerlo en el álbum no pueden continuar con su vida. La tele adquirió vida propia y sin que yo lo notara, sin poder evitarlo, se quedó encendida por el canal en el que Rubalcaba subía a la tribuna, a soltar su discurso. Estaba perdido. Ulises y las sirenas, pensé, pero ya era tarde para buscar un mástil en el que atarme. Me dejé llevar por el canto extraño, ininteligible que salía de la boca de los políticos y así fui haciendo tiempo hasta el partido del Barcelona.
El debate no tiene ninguna utilidad en la realidad, no va a cambiar nada en la calle, ni va a traer soluciones a nuestros problemas cotidianos. Si asumes este hecho, puedes pasarlo incluso bien. En cierta forma es como ver un partido de fútbol entre dos equipos que no son el tuyo y que sólo lo miras porque quieres saber quién gana para tener tema de conversación mañana en el bar. A veces incluso te haces de uno de los dos contrincantes, durante lo que dura el combate, por la necesidad de meterle emoción, aún a sabiendas de que es más artificial que un implante de silicona en los labios. Da igual. Los caminos de la diversión son inescrutables.
Cuando todo termina tienes tu ganador decidido sin coacciones, y vas a la prensa y a las radios para saber qué mercancía quieren venderte. Cada trinchera se atrinchera y siempre terminas pensando si lo que acabas de ver era real o es que ha ocurrido en una dimensión diferente a la tuya, por lo diametralmente opuestas de algunas afirmaciones. Y entonces, como eres honrado dudas, y piensas que quizás estés equivocado, que quizás no hayas conseguido captar algún detalle que diera la vuelta a la pelea, olvidando que un vendedor nunca duda porque entonces se convertiría en comprador. ¿Pero, realmente, quién ha ganado? Hay opiniones, artículos, incluso encuestas que se decantan por uno o por otro, pero eso no es concluyente. Se necesitaría algo más.
Como lo único que a estas alturas nos importa a todos es quién ha quedado primero en el debate, habría que inventar un sistema más científico, algo definitivo, algo que no ha sido ensayado aún en ningún lado para determinar el vencedor, algo revolucionario: el gol. Darles un balón, ponerlos a jugar y quien más tantos meta campeón del juego floral dialéctico inservible. El gol lo solucionaría todo, seguro, salvo que un gol fantasma nos devolvería al principio de la discusión de si ha ganado Fulano o Mengano. ¿Le ponemos o no le ponemos el chip al balón para saber si toda la circunferencia ha entrado completamente en el escaño?
Por cierto, para mi ganó Rajoy. Ya pueden ustedes comenzar el debate de si estaba en fuera de juego o no porque discutir nosotros sobre lo que expusieron es tontería porque decir, lo que se dice decir, no dijeron ni Rubalcaba ni Rajoy nada. Escrito esto, y una vez pasado el rato de ocio político, como estoy parado, sigo buscando un empleo con el que pagarles cada vez más impuestos, que es en lo único que los dos grandes partidos vencen, en subirlos.
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