A veces me levanto, me pongo un café, abro la prensa, y me da por pensar que la sociedad en la que vivimos no es real y que somos parte de algún programa televisivo en el que somos los protagonistas para que lo vea vete tú a saber quién y dónde. Quizás sea emitido, al estilo del Show de Truman, la peli de Jim Carrey, para otra galaxia o para esos del spot publicitario que vienen del futuro a traernos detergentes, no lo sé, y que vivamos en un gran plató en el que se van sucediendo artificialmente tantos casos de corrupción para darle dinamismo al teatrillo. Lo suelo descartar en cuanto salgo de casa y me cruzo con mi vecino que no me saluda ni aunque le pagasen y va demasiado desaliñado para salir en prime time de ninguna cadena, además aquí en Pamplona llueve demasiado, al contrario que en la peli donde recuerdo que todo era luz, paz, amor y sonrisas. Si algo sobraban eran saludos y buenos modos.
Otras veces a mi mente conspiranoica le da por creer que en realidad estamos viviendo en un experimento de algún organismo supranacional, porque tantos despropósitos diarios no pueden ser fruto de la casualidad. Estadísticamente es imposible. Parece como si estuviéramos expuestos a algún tipo de estudio extremo sobre la resistencia a los escándalos y se quisiera determinar cuál es el umbral de dolor máximo que estamos dispuestos a soportar y cómo será nuestra reacción cuando lo traspasemos. Si ayer el estímulo, -parecemos perros de Pavlov segregando saliva-, era una identidad que no existía pero que cobraba artículos para la revista de una fundación socialista a 3000 euros la pieza, hoy la prensa nos cuela otro. Don Iñaki Urdangarín, del que llevamos meses leyendo casos de supuestos delitos fiscales y como parece que apenas nos afecta más allá de una incomodidad sorda entre sorbo y sorbo a la taza del desayuno, los responsables de observarnos anotando reacciones, han dispuesto retorcernos el señuelo, subir la dosis.
¿Habrán decidido tocarnos la campanilla con un sonido novedoso, y por eso nos meten en la prensa la forma vulgar que tenía el señor Urdangarín de firmar correos electrónicos: duque em...Palma...do (sic)? ¿Como han visto que las cuestiones pecuniarias irritan pero no hacen saltar, nos sueltan un estímulo más escatológico, que se supone que produce reacciones más viscerales en los ciudadanos?
Hasta que no pueda demostrar lo contrario todo esto es ficción claro, lo que me da miedo comprobar es que la realidad política también empieza a parecerlo. Cuando una sociedad se desborda, saturada, se instala en ella la desidia, la melancolía, estado ideal para que quien quiera enriquecerse ilegalmente lo haga sin miedo a las consecuencias.
Y mientras tanto, recuerdo, ya somos seis millones de parados. Yo el primero.
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