Saturado de realidad, busco en internet vídeos de genios para evadirme. Llevo un buen rato mirando a Garrincha regatear contrarios y me doy cuenta de que todo ha cambiado, incluso el fútbol, y no siempre para mejor. Garrincha regateaba por amor al fútbol tantas veces como podía, sin pensar en quién estaba delante. Hoy los regates se han domesticado tanto, por miedo a que el contrario se sienta humillado, que ya no merece la pena buscarlos porque no existen. Han dejado de ser un duelo, uno de los dos no saldrá vivo, para convertirse en escaramuzas a la carrera, sin mirarse a los ojos, no vaya a ser que alguien se moleste. Tantos códigos de supuesto honor y respeto que sólo ayudan al mediocre a sobrevivir están matando el espectáculo. El mediocre debe de quedar al descubierto, para que todos los espectadores lo vean, para que no tenga otra salida que retirarse y dejar hueco a otro que lo haga mejor.
Veo a Garrincha y me quedo fascinado. Una y otra vez amagando, driblando, yéndose de su defensor y reculando para volver a dejarlo sentado, a la cara, de frente, y me entra una terrible melancolía, porque hoy el mérito no es regatear hasta la extenuación, dejando claro quién es el superdotado, sino lo contrario, me igualo a ti, mediocre, no dando lo mejor de mí mismo para que no caigas en el ridículo. Hay que competir, y hay que hacerlo hasta el fin, si no, estás colaborando mirando hacia otro lado con una estafa. Hemos pervertido la vida tanto que casi obligamos a pedir perdón a la gente por ser buena, cuando quien tendría que disculparse es quien es malo.
Mientras disfruto viendo imágenes de Brasil en el Mundial del 62, caigo en la cuenta de que eso en realidad es nuestro drama. ¿Por qué no hay políticos limpios que dejen de tapar a sus colegas corruptos, regateándoles una y mil veces en público para que todos juzguemos quién merece estar en el campo y quién irse a su casa, o la cárcel? Quien no da lo mejor de sí, denunciando a su compañero indigno, está mintiendo a la grada, que es quien paga. Quien protege por omisión a un ladrón, evitando que ocupe ese puesto alguien honrado, se convierte en un cómplice. Garrincha, que había sufrido poliomielitis, tenía las dos piernas retorcidas y una de ellas 6 centímetros más larga que la otra, sabía que el juego estaba por encima incluso de los futbolistas. Véte a alguien así a hablarle de corporativismo. Hay que recuperar el mérito para designar a los mejores. Recordémoslo delante de la urna la próxima vez.
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