París, Londres y Roma. Las tres capitales europeas con mayor solera mediática. Puede que por la magnitud idiosincrática de sus respectivos países. Quizá por albergar las tres archiconocidas maravillas artificiales del continente: Torre Eiffel, Big Ben y Coliseo. Tal vez por esa atmósfera de magia que desprenden al adentrarse en sus calles. Su tamaño también influye. Es posible que su carga cultural facilite la delimitación del triunviratum. Ahora bien, no son exclusivos ni excluyentes sus encantos, queda claro.
Sena, Támesis y Tíber son los separadores acuáticos que desgajan en dos las urbes y -a su vez- constituyen un eje sobre el que contemplar desde la calma parte de sus puntos de interés. Puentes y embarcaciones dignifican una porción del espejo de su personalidad. Epicentro fluvial.
Paralelas y perpendiculares a los ríos confluyen las grandes arterias que reúnen –entre otros- importantes firmas de moda, comercios nativos o elegantes espacios hosteleros que reposan en los bajos de imponentes edificios de diferencial corte. Diferencial que se divisa en los ricos matices que resumen los neoclásicos Campos Elíseos, la victoriana Oxford Street o la renacentista Vía del Corso. Los amplios boulevares parisinos contrastan con las más recogidas streets londinenses ovías romanas, donde las plazas (Trafalgar Square o Piazza Nabona, por ejemplo) son el elemento espacial aperturista.
Parques y jardines conforman el pulmón que oxigena la ciudad y realza su estética. Las elegantes Tullerías, el regio St. James Park o los armónicos jardines de la Villa Borghese llaman a la agudeza visual y acústica. Descanso de obligado cumplimiento a espaldas del asfalto.
El culto al templo y al patrimonio histórico-artístico es acaparado -con cuota considerable- por las dos continentales: basílicas, villas, monumentos, catedrales y palacios. Roma con El Panteón, El Coliseo, la Basílica de San Juan de Letrán, el Monumento a Víctor Manuel II, La Fontana di Trevi, el Castillo Sant´Angelo o ese coloso conglomerado llamado Vaticano son fehacientes muestras. Ídem en la ciudad de la luz con el Louvre, Orsay, Les Invalides, Notre Dame, Sacre Coeur, St Chapelle, El Panteón, la Ópera o el Arco de Triunfo. La capital británica concentra su “menor” amplitud –no por ello menos importante- de activos históricos en el Big Ben, la Abadía de Westminster, la Torre de Londres, el Buckingham Palace o la National Gallery.
Si hablamos de encanto especial, no podemos obviar aquellas zonas que parecen sumergidas en el tiempo, rincones nostálgicos de siglos remotos. En París el pintoresco barrio de Montmartre que da cabida a lienzos y pinceles (véase la Plaza del Tertre), el bohemio barrio Latino con sus multiculturales puntos gastronómicos, el chic barrio judío de Le Marais con su simétrica Plaza de los Vosgos o la desenfrenada Blanche en la que descansa a la luz solar el Moulin Rouge. Londres extiende sus atrayentes redes desde sus mercados (Camdem Town, Portobello o Covent Garden), destila sofistificación en Mayfair y Chelsea, sosiego en el selectivo Nothing Hill, animación en Picadilly Circus y caché en el Soho. Roma es vetusta en sus arcos y termas (el de Tito o las de Caracalla), onírica en el barrio del Coppedé, divertida en el Trastevere, enigmática en los sótanos del Vaticano y mística en el barrio Judío.
París huele aboulangeries, se palpa en librerías de segunda mano, se degusta con su pato confitado, se escucha desde el alma de Edith Piaf y se visualiza en las casetas a orillas del Sena. Londres se aromatiza en sus elegantes pubs, se roza en el césped de Hyde Park, sabe a pinta recién tirada, se percibe en el imperial Royal Albert Hall y se divisa a través de la abrumadora City. El olfato de Roma es eterno como Miguel Ángel, su tacto suave como el mármol de sus Iglesias, su gusto refinado como sus callejuelas, su oído celestial como su himno y su vista privilegiada como la cúpula de San Pedro.
Si aún no conoces las tres capitales empápate de su esencia a través de la gran pantalla. París es la huida de Belmondo en ´Al final de la escapada´, es Nouvelle Vague en sí, es la celebérrima frase de Bogart a Bergman en ´Casablanca´, la inocente ´Amelie´, también es la añoranza de `Midnight in París´ encarnada en la BelleÉpoque. Roma es Anita Ekberg en ´La Dolce Vita´, es la dramática ´Roma, ciudad abierta´, el neorrealismo italiano en sí, también la entrañable ´Vacaciones en Roma´. Londres es el suspense, el misterio y el magnetismo que destilan Alfred Hitchcock, James Bond o Sherlock Holmes.
París, Londres o Roma. No elijas, no lo intentes. Es como decantarse entre un buen Burdeos, un tinto de la Toscana y una Gin Premium británica. Cada cual tiene su momento. Placeres de la vida. Viajar y fusionarlo con la gastronomía es uno de ellos.